Cinco años después de la entrada en el mercado masivo, la cybersickness causada por los sistemas VAMR muestra cómo la desigualdad de género está frenando el progreso tecnológico

En 1962 Norton Heilig inventó el primer dispositivo de realidad aumentada, llamado Sensorama. Esta gran máquina servía de apoyo a su «cine de la experiencia» estimulando todo el sistema sensorial del espectador. Al colocar la cara dentro de un cono visual, el Sensorama ofrecía una visualización en 3D de la película reproducida. Se han añadido olores, vibraciones y sonido estéreo para que la experiencia sea lo más envolvente posible.

Heilig probablemente no se dio cuenta de que había introducido lo que se convertiría en una obsesión en el campo de la tecnología. En las décadas siguientes, la humanidad pondría a prueba su intuición e imaginación, sometiéndose a rompecabezas aparentemente insuperables para llamar a las puertas de una nueva realidad: la virtual. Prototipo tras prototipo, la interacción hombre-ordenador se haría cada vez más fluida, gracias a técnicas algorítmicas cada vez más avanzadas, como el aprendizaje automático.

Hoy en día, el término paraguas sistemas VAMR denota los innumerables sistemas de hardware y software de realidad aumentada, virtual y mixta. De hecho, la humanidad ha estado buscando algo que va mas allá de la realidad material que posee naturalmente: tecnologías que podrían proporcionarnos nuevos mundos o permitirnos reinventar la vida cotidiana. Todo ello adaptándose a sus sentidos de tal manera que la transición de lo físico a lo virtual sea más que imperceptible.

Desde una app para simular un hipotético mobiliario doméstico, hasta un videojuego de combate con visor y sensores de mano. Pero la cosa no acaba ahí. La realidad virtual también tiene aplicaciones en muchas áreas médicas: desde la rehabilitación de funciones cognitivo-motoras, hasta la ansiedad, los trastornos alimentarios y la obesidad.

En estos párrafos introductorios, la palabra hombre está repetida y subrayada a propósito. Porque fundamentalmente, para la mujer la música es muy diferente. Especialmente en el caso de los sensores de realidad virtual.

Cybersickness: ¿qué es?

Tras décadas en las que los sensores de RV seguían siendo exclusivos de campos como el diseño de automóviles, la medicina o la astronáutica, la primera comercialización a gran escala de visores de RV tuvo lugar en 2016, en una especie de frenesí de fabricación multimarca que muchos recordarán. Con el desarrollo y la adopción masiva de estos visores, ha surgido un fenómeno con cierta consistencia. Definido en inglés como cybersickness, se traduce al español como cybernáusea y es un término que engloba una serie de dolencias y malestares vinculados al uso de visores de RV. Con síntomas que van desde las náuseas, los dolores de cabeza, la ataxia (pérdida de coordinación motora) hasta la desorientación más general, el ciberenfermedad se manifiesta de forma muy similar a un mareo común en el coche o en el mar.

¿Qué causa la cybersickness?

Como explican Mario Brion y Fernando Pumudu en este artículo académico, todavía no hay una respuesta precisa a esta cuestión. O mejor dicho, no hay una respuesta clara: los innumerables estudios y experimentos realizados a lo largo del tiempo han dado lugar a una interpretación completamente caleidoscópica del fenómeno.

Para algunos, se trata de un problema de estabilidad: la experiencia inmersiva que ofrecen los visores puede confundir nuestro sentido de la orientación, llevándonos a cambiar de postura para compensar los cambios de ángulo. Esta disonancia también se vería amplificada por la asincronía entre el movimiento de la cabeza o el cuerpo y el movimiento del espectador. Un retraso en la adaptación del universo virtual a nuestros movimientos, que en los modelos más avanzados es de unos pocos milisegundos, pero que varios estudios han confirmado que es uno de los factores desencadenantes de la cybersickness.

Para otros, estos desajustes sensoriales (estamos sentados en el sofá, pero el espectador nos dice que estamos montando en una montaña rusa a toda velocidad, por ejemplo) serían confundidos por nuestro sistema con síntomas de intoxicación. En consecuencia, se desencadenan reacciones fisiológicas de defensa para vaciar el estómago, reacciones que estarían en el origen de las náuseas y el malestar general.

Conflicto sensorial: cuando perdemos la brújula

La teoría que quizás sea la más aceptada, y lógicamente la más justificable, es la del conflicto sensorial. En particular, el uso de sensores VAMR conduciría a una disonancia entre los estímulos visuales y vestibulares. El vestíbulo es el componente del oído interno que permite al cerebro determinar la posición y el movimiento de la cabeza en el espacio. Una especie de brújula interior humana, traduce la fuerza de la gravedad en impulsos eléctricos y nos permite mantener el equilibrio. El vestíbulo y el ojo cooperan constantemente en la interpretación de nuestros movimientos en el espacio, y esta cooperación es al menos necesaria. Para las personas con sordera u otros trastornos auditivos, suele ser más difícil aprender a montar en bicicleta. Al mismo tiempo, el equilibrio sobre un pie se vuelve extremadamente difícil si cerramos los ojos. Mediante las pantallas de realidad aumentada, la información que los ojos envían al cerebro contrasta con las señales enviadas por el vestíbulo. Retomando la metáfora utilizada anteriormente, esta discrepancia nos perturba, provocando síntomas similares a los de la cinetosis (mareo) o el mareo.

Las mujeres lo sufren más que los hombres

Ojos secos o cansados, náuseas, dolor de cabeza, sudoración excesiva, sequedad de boca, coordinación mano-ojo, mareos, fatiga, ataxia, vértigo, desorientación. ¿Ha experimentado alguno de estos síntomas mientras usaba VAMRs? Entonces es usted uno de los 80% de los usuarios que, de un modo u otro, padecen ciberenfermedad.

Probablemente, también sois mujeres

Desde la década de 1990, una gran cantidad de experimentos e investigaciones han confirmado que la cybersickness es más frecuente en las mujeres que en los hombres. De nuevo, las hipótesis sobre las causas de esta disparidad están muy diferenciadas.

Una interpretación considera que las causas de esta disparidad de género son las diferencias en la estructura corporal (y las proporciones) entre hombres y mujeres. Las mujeres tienden a ser más pequeñas que los hombres, y los pies de una mujer son generalmente más pequeños que los de un hombre para la misma altura. En consecuencia, las mujeres tienen menos estabilidad y son más propensas a los síntomas de la cybersickness, en igualdad de condiciones.

Una capacidad perceptiva diferente puede estar en la raíz de todo: el cerebro y los sentidos de una mujer son más eficaces para percibir los cambios y las disonancias entre las entradas sensoriales. En consecuencia, el estado de alerta o perturbación se realiza con mayor intensidad en el caso de las mujeres. El peligro se siente de forma más aguda, generando una respuesta fisiológica más severa.

Según este estudio, sin embargo, las mujeres sufrirían más cybersickness debido a la menor compatibilidad física con los parámetros de los dispositivos y visores VAMR. Para comprender mejor esta interpretación, debemos tener en cuenta dos parámetros. El primero es la distancia interpupilar o IPD, medida desde el centro de la pupila derecha al centro de la pupila izquierda del usuario. El segundo es la distancia interocular o IOD, que es la distancia entre los dos centros ópticos (derecho e izquierdo) de las lentes instaladas en el auricular o visor de RV. En general, las mujeres suelen tener un DPI más pequeño que los hombres, lo que provoca una mayor dificultad para adaptarse al DPI del visor en uso.

Este desajuste entre los dos tamaños impediría la correcta percepción de la perspectiva de los objetos y entornos observados a través de los dispositivos, lo que provocaría una mayor desorientación durante su uso.

Aunque, hasta la fecha, muchos dispositivos VAMR tienen un DIO ajustable, el problema no está totalmente resuelto. Las lentes siguen teniendo tamaños estándar y ciertos parámetros óptico-geométricos, que siguen impidiendo la adaptación a determinados valores de IPD. Esto, en el caso de las usuarias, sigue provocando una distorsión prismática y, en consecuencia, desencadena las respuestas fisiológicas comentadas en los párrafos anteriores. No sólo eso, los síntomas también pueden verse exacerbados por el estrés neurológico adicional, debido a que el cerebro tiene que trabajar más para interpretar las imágenes desenfocadas o distorsionadas. El problema es, por tanto, de hardware, ligado a las características físicas y a las medidas de los dispositivos.

Cybersickness en las mujeres: pensar en términos sostenibles

Si el artículo terminara aquí, la conclusión sería que las mujeres sufren más a menudo y en mayor medida el cybersickness, por ser mujeres. O porque así son las cosas. Una respuesta tautológica, culpando a la víctima y cerrando la conversación, apagando el interés general por el tema.

Una respuesta inútil para los que realmente se preocupan por la innovación.

La inclusión es uno de los temas más importantes en torno a los cuales se desarrolla el progreso tecnológico, especialmente en los últimos años. Rechazarla o disminuirla, por tanto, es adoptar una perspectiva discriminatoria, contraproducente y nada acorde con los tiempos.

La cuestión es buscar una interpretación transversal. Lo bueno de la tecnología del siglo XXI es que puede evolucionar y adaptarse a cualquier nuevo descubrimiento o idea. Todo lo que necesitas es la capacidad de pensar, preferiblemente lateralmente. Por lo tanto, ya no es culpa de las mujeres, sino que se convierte en una cuestión de sostenibilidad social. Piensa en el sesgo de género que siempre ha afectado al sector de la tecnología y la informática. Pensemos en el término ingeniero o informático.  ¿Qué imagen estereotipada le viene a la mente? Probablemente, el clásico hombre blanco adulto

El mismo hombre blanco adulto que desarrolla los algoritmos y prueba la eficacia de los prototipos de VAMR en sí mismo, en sus propios ojos. El mismo hombre blanco adulto que decide que el producto está listo para ser lanzado al mercado, cuando no tiene más episodios de cybersickness en la fase de pruebas.

¿La solución? Obviamente, cuando se trata de cuestiones tan complejas, la solución no es simple y sencilla. Lo que se necesita es un cambio cultural por parte de los implicados y de la sociedad en su conjunto: introducir a las mujeres en los algoritmos, tanto como variables a tener en cuenta como mentes detrás del desarrollo de software y hardware. Porque, mientras abordemos la tecnología desde un determinado ángulo, seguiremos creando productos que parecen perfectos en la fase de pruebas, pero que una vez lanzados al mercado se convierten en promotores de la discriminación.

Deberíamos buscar un cambio que nos saque de esta ignorancia monoperspectiva, utilizar la diversificación para convertirnos en brillantes innovadores y mejorar nuestra realidad material y virtual.

En Spindox ya nos hemos puesto manos a la obra. Pero como nos gusta el suspense, hemos decidido que esta es otra historia.

Stay tuned.